Sinitaivas: Historias de Otto el Piloto por jEsuSdA.
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Alcé la vista y me incorporé,
respiré con alivio mientras retiraba el sudor de mi frente
arrugada con el sucio paño que solía usar para limpiarme
las manos y retirar la grasa cuando revisaba o reparaba mi planeador.
Retrocedí un par de pasos para observar el trabajo que me
había tenido ocupado gran parte de la mañana, y
sentí que había merecido la pena... Pero justo cuando me
disponía a recoger las herramientas sentí que algo
extraño ocurría. Elevé de nuevo la mirada y
retrocedí un par de pasos más. Durante un buen lapso de
tiempo me quedé petrificado observando con nostalgia mi viejo
planeador...
-¡Qué frágil y caduco me parece!- pensé, y
me acerqué lentamente para observar con otros ojos, con otra
mirada, desconocida hasta entonces para mí, la maltrecha carcasa
de aquel viejo trasto. El metal estaba oxidado, algunas pequeñas
zonas deformes delataban golpes y rozaduras sufridas con anterioridad y
de las que recordaba haber escapado con demasiada fortuna y no menos
esfuerzo. El motor oscurecido a causa del aceite quemado y la
grasa parecía haber salido de algún desconocido desguace,
y los cristales a penas eran transparentes en algunas zonas, junto a
los marcos, como si estuviesen permanentemente empapados por el vaho
cálido que se condensa en los cristales en el invierno
frío.
Acerqué mi oído a uno de los costados, como intentando
escuchar algo, como desando percibir alguna señal que me
dijera que en el fondo aquel viejo montón de chatarra volador
seguía estando en plena forma, ..., pero tras unos instantes me
retiré con la sensación de estar tratando de escuchar el
latir de un agonizante corazón en el pecho de un moribundo...
Miré de nuevo aquel viejo artefacto y me sentí triste,
tremendamente triste, pues tenía la sensación de que era
tan extrañamente frágil... Un aparato metálico, de
gran tamaño y tonelaje, y a la vez tan delicado, tan endeble,
tan decaído, tan castigado por los viajes...
Me hizo pensar en mi propia debilidad, y en la debilidad de las
personas mismas, algunas tan grandes, tan excepcionales, tan poderosas,
y en el fondo tan frágiles como una minúscula alevilla a
merced del implacable viento...
Me hizo pensar en lo terriblemente fácil que era hacer
daño a las personas, y lo sencillo que resultaba a veces
sentirse herido por la gente a la que uno más quería; una
sencilla negación, una mirada no correspondida, una sonrisa
forzada, o una despedida gris, una palabra desafortunada o un
infortunado silencio, un abrazo que nunca llegó a darse, ..., y
tantas y tantas cosas, capaces de extinguir el aliento de la persona
más enérgica, capaces de traer la oscuridad y la sombra a
la persona más brillante, el llanto a la persona más
risueña y el fin a la persona más resuelta...
Luego me vi a mi mismo luchando, como si de mi propio planeador se
tratara, contra los vientos de la vida, que no desistían
en su empeño por torcer mi rumbo, las tempestades deseosas de
coartar mi vuelo, los rayos enérgicamente decididos a cegar mis
ojos con su eterna luz, impidiéndome ver el camino frente a
mí, y tantas y tantas cosas... Me vi reflejado en el
translúcido cristal de la cabina del viejo planeador, y me
miré a los ojos, y me sentí oxidado, con algunos
pequeños golpes y rozaduras de las que recordaba haber escapado
con demasiada fortuna, oscurecido como recién salido de
algún desconocido desguace, ..., y con la mirada apagada, con
los ojos opacos, cenicientos, como si viviesen permanentemente
empapados por el vaho cálido que se condensa en los cristales en
el invierno frío..., y me sentí tan frágil...