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Mi viejo Planeador


· Sinitaivas 053 - 13/12/02


Alcé la vista y me incorporé, respiré con alivio mientras retiraba el sudor de mi frente arrugada con el sucio paño que solía usar para limpiarme las manos y retirar la grasa cuando revisaba o reparaba mi planeador. Retrocedí un par de pasos para observar el trabajo que me había tenido ocupado gran parte de la mañana, y sentí que había merecido la pena... Pero justo cuando me disponía a recoger las herramientas sentí que algo extraño ocurría. Elevé de nuevo la mirada y retrocedí un par de pasos más. Durante un buen lapso de tiempo me quedé petrificado observando con nostalgia mi viejo planeador...

-¡Qué frágil y caduco me parece!- pensé, y me acerqué lentamente para observar con otros ojos, con otra mirada, desconocida hasta entonces para mí, la maltrecha carcasa de aquel viejo trasto. El metal estaba oxidado, algunas pequeñas zonas deformes delataban golpes y rozaduras sufridas con anterioridad y de las que recordaba haber escapado con demasiada fortuna y no menos esfuerzo. El motor oscurecido a causa del  aceite quemado y la grasa parecía haber salido de algún desconocido desguace, y los cristales a penas eran transparentes en algunas zonas, junto a los marcos, como si estuviesen permanentemente empapados por el vaho cálido que se condensa en los cristales en el invierno frío.

Acerqué mi oído a uno de los costados, como intentando escuchar algo, como desando percibir  alguna señal que me dijera que en el fondo aquel viejo montón de chatarra volador seguía estando en plena forma, ..., pero tras unos instantes me retiré con la sensación de estar tratando de escuchar el latir de un agonizante corazón en el pecho de un moribundo...
Miré de nuevo aquel viejo artefacto y me sentí triste, tremendamente triste, pues tenía la sensación de que era tan extrañamente frágil... Un aparato metálico, de gran tamaño y tonelaje, y a la vez tan delicado, tan endeble, tan decaído, tan castigado por los viajes...

Me hizo pensar en mi propia debilidad, y en la debilidad de las personas mismas, algunas tan grandes, tan excepcionales, tan poderosas, y en el fondo tan frágiles como una minúscula alevilla a merced del implacable viento...
Me hizo pensar en lo terriblemente fácil que era hacer daño a las personas, y lo sencillo que resultaba a veces sentirse herido por la gente a la que uno más quería; una sencilla negación, una mirada no correspondida, una sonrisa forzada, o una despedida gris, una palabra desafortunada o un infortunado silencio, un abrazo que nunca llegó a darse, ..., y tantas y tantas cosas, capaces de extinguir el aliento de la persona más enérgica, capaces de traer la oscuridad y la sombra a la persona más brillante, el llanto a la persona más risueña y el fin a la persona más resuelta...

Luego me vi a mi mismo luchando, como si de mi propio planeador se tratara, contra los vientos de la vida, que  no desistían en su empeño por torcer mi rumbo, las tempestades deseosas de coartar mi vuelo, los rayos enérgicamente decididos a cegar mis ojos con su eterna luz, impidiéndome ver el camino frente a mí, y tantas y tantas cosas... Me vi reflejado en el translúcido cristal de la cabina del viejo planeador, y me miré a los ojos, y me sentí oxidado, con algunos pequeños golpes y rozaduras de las que recordaba haber escapado con demasiada fortuna, oscurecido como recién salido de algún desconocido desguace, ..., y con la mirada apagada, con los ojos opacos, cenicientos, como si viviesen permanentemente empapados por el vaho cálido que se condensa en los cristales en el invierno frío..., y me sentí tan frágil...


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