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El faro III


· Sinitaivas 046 - 21/08/02


En algún lugar de mi agenda, guardé para siempre su número. Y no quise borrarlo por si regresaba, y aunque ella nunca me tomó del todo en serio, una vez soñé que pudimos ser amigos...

Recuerdo que hacía calor, aunque no recuerdo bien la fecha, ni la estación siquiera, pero hacía calor... Desde hacía algún tiempo, de vez en cuando me gustaba hacerle alguna visita, acercarme un poco a verla y preguntarle por su vida, para que me contara como siempre, con una amplia sonrisa, que estaba muy ajetreada, que casi no tenía tiempo para nada, y que a ver cuando nos veíamos para tomar un café reposadamente...

Y ahora que lo pienso, era aquella una relación extraña, surgida no se muy bien por qué, pero que a mí me gustaba, porque era una de esas amistades que creía yo iban a durar mucho tiempo, a pesar de lo poco que tenían en común nuestros caminos...

Aquella tarde fue la última que nos vimos, y como todas las veces anteriores, fue un encuentro extrañamente inusual, aunque esta vez, si cabe, lo fue más...

Sentados junto a su mesa del despacho, me confesó que amaba el mar, mucho, ..., y que desde niña había sentido una atracción profunda por él, y sobre todo por los faros, los cuales decía que le evocaban su niñez jugando en la playa, con las olas, en su querido y siempre bienamado mar...

-¡Te lo regalo!- me dijo repentinamente, mientras cogía un extraño paquete alargado, envuelto misteriosamente en papel de embalar castaño; y estiraba las manos ofreciéndomelo... -¡Ya tengo uno igual!, ¡La verdad, es que tengo todo mi piso lleno de ellos!- concluyó, mientras yo, sin poder contenerme, había abierto, sin reparar en el envoltorio, el inesperado regalo.

-¡¿Y qué hago yo con una cosa tan fea?!- me dije para mis adentros; -¡Qué ..., bonito, gracias!- le dije a ella intentando quedar bien y no menospreciar aquel extravagante y enorme faro de madera recién descubierto. -¡Es de Ikea, y es una edición especial!- insistió, tal vez al percatarse de mi poca "profesionalidad" al mentir. Y tal vez fue aquella última frase la que me hizo pensar y me hizo ver que, realmente, aquel debía ser un faro especial, extravagante y enorme, pero especial..., se merecía ser especial, y no porque fuese de Ikea, sino porque era de ella...

Para aquellos de vosotros que seguís con atención mis viajes, mis textos, seguro que no ha pasado desapercibido el título de éste.

Espero de corazón que os gustaran aquellos dos capítulos anteriores a éste, de igual nombre, y la historia del pescador que creía ciegamente en su corazón, que en ella os narré. Ahora es el momento de entender el porqué de aquella historia:

Cuando regresé a mi piso, me quedé largo tiempo mirando aquel extraño presente, pensando una manera de hacerlo "especial", de convertir aquel faro malcarado, que bien hubiera podido ir a parar a la basura, en un objeto que significara "algo" en mi vida, y que me ayudara a recordar a aquella extraña amistad, surgida tal vez, de la casualidad, ..., o tal vez de la causalidad...

Y pensé en la fábula del pescador, que ahora os invito a releer una vez más, y seguidamente, tomé un rotulador y le pedí a mis amigos que pusieran su nombre y la fecha en la parte del faro que se antojaran...

Y así aquel sencillo, extravagante y siempre demasiado grande, faro se convirtió en el símbolo de la fe de aquel pescador de la historia, que siempre creyó ciegamente en su corazón, ..., y se convirtió en el símbolo de Otto, para que nunca perdiera la esperanza ni en el peor de los casos, aunque todos a su alrededor "firmaran el faro" de Otto para indicarle que estaba errando su camino...

Aquel sencillo, extravagante y siempre demasiado grande faro, ahora lleno de nombres y fechas por doquier, se convirtió en el testigo de una extraña y ahora extinta amistad, que desapareció tan extrañamente como vino... Y ahora, este texto, se convierte en el obsequio que siempre le debí a quien me regalara aquel faro, para que si alguna vez lee estas letras, sepa que mi presente es el de permitirle conocer, con estas líneas, la identidad de Otto el Piloto, a quien, en verdad, conocen no muchos, y de quien saben, realmente, muy pocos...

El pescador esperó eternamente el regreso de su amada esposa, y dice la leyenda que nunca dejó de creer, ni por un instante, que su mujer regresaría alguna vez al ver, en lo alto de la peña más alta de la costa, a su marido esperándola...

Yo creo que ella volvió, ..., ¿Qué crees tú?...

(En el recuerdo de Cata)



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