Sinitaivas: Historias de Otto el Piloto por jEsuSdA.
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Había dejado de llover y aún
rezumaba el suelo ese agradable aroma a tierra empapada, como si fuese
un hermoso encantamiento que aviva los sentidos, calma corazones y
llama a la vida. Pero el cielo estaba todavía apagado y gris,
como cubierto de un denso manto opaco que rodeaba todo cuanto los ojos,
también húmedos, eran capaces de llegar a ver.
Apoyado en el quicio de la puerta principal del hangar, con las manos
metidas en los bolsillos, encogido, con mi vista perdida en el inmenso
y gris cielo, rumiaba mis pensamientos, una y otra vez, como siempre,
intentando sacar en limpio alguno que mereciese la pena, que diera
explicación o respuesta, de algún modo u otro, a las
preguntas que la lluvia me había traído.
Me repetía una y otra vez, entre melancólico y resignado,
que todo había resultado ser un suceso desgraciado,
sencillamente, una pena. Me decía a mí mismo, una y otra
vez, que yo había hecho cuanto en mi mano estaba, y me lo
repetía una y otra vez para alejar ese sentimiento de culpa que
me atormentaba desde hacía tanto.
Luego pensaba en lo bonito que hubiese podido ser, y no fue, ... y
finalmente me decía, intentando alejar de mí aquella
lluvia interior, que lo que no podía ser, no podía ser y,
además, era imposible...
Ya sumergido en una incesante batalla íntima entre mis
sueños y mis realidades, recordaba las palabras de ánimo
de aquel viejo y curtido piloto, que era mi padre, diciéndome
que siempre, siempre había que seguir hacia delante, ...
palabras que a menudo venían en mi ayuda en cada uno de mis
viajes, cuando los rumbos se torcían y los vientos castigaban,
cuando los planes se rompían y los nortes se mezclaban...
Cuando volví a alzar la vista hacia el cielo ya había
escampado, y los primeros rayos de luz del sol de la tarde se filtraban
a través de los claros en el cielo, como si recién
acabaran de despertar de un agradable letargo, que en mi corazón
y en mi memoria había durado demasiado.
Cogí mi petate y aceleré el paso hacia mi planeador,
intentando aprovechar la tregua que la lluvia me ofrecía, y
noté como se dibujaba poco a poco, casi sin quererlo, una leve
sonrisa en mi rostro al recordar ese pequeño trabalenguas que me
obsequió un buen amigo y que decía:
"No hay nada peor que no hacer nada por creer que no se puede hacer nada."
Tal vez siempre se pueda hacer algo, tal vez siempre haya que seguir adelante...