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El Faro I


· Sinitaivas 037 - 02/02/02


Cuenta la leyenda que hubo una vez un marinero que creía ciegamente en el latir de su corazón, que vivía, pensaba y obraba conforme al latir de su cálido corazón.

Y cuenta la leyenda que un día, uno de tantos aquellos días de trabajo en los que salía a pescar junto a su esposa, a la que quería con todo su corazón, fue sorprendido por una terrible tempestad.

En su pequeña y frágil barca ni su esposa ni él pudieron aguantar durante mucho tiempo las fuertes embestidas del mar agitado y, sin poder evitarlo, ambos cayeron abrazados al frío mar cuando su pequeña y frágil barca se rompió como un frágil barquito de papel por la fuerza de las olas...

El Sol lucía en el amplio cielo cuando el marinero despertó magullado, dolorido, confundido y medio muerto en la orilla de la playa de la pequeña ciudadela en la que vivían, y cuando pudo recuperar vagamente la consciencia se alzó nervioso intentando encontrar a su mujer...

Y dice la leyenda que pasó muchas horas, muchos días, buscando a su amada mujer, deseando que hubiera, como él, alcanzado la orilla.

Y la buscó por toda la playa, por toda la costa, bajo las rocas e incluso, bajo el agua, buceando, nadando, luchando contra la marea y las olas, hasta que por fin regresó a la playa, cansado, dolorido, confundido y medio muerto, sin hallar rastro alguno de su amada mujer, perdida entre las olas de la oscura tormenta que volcó su barca...

Para entonces los vecinos de la ciudadela ya conocían la triste noticia, e incluso muchos de ellos se dedicaron a ayudar al pescador en la búsqueda de su mujer, no encontrando rastro alguno de ella.
Pasado mucho tiempo más, y no habiendo hallado ningún indicio o pista que hiciera pensar que la mujer del pescador no había sucumbido a la tempestad, la gente de la ciudadela fue poco a poco volviendo a sus quehaceres, abandonando la búsqueda, seguros todos ellos de que la mujer del pescador había muerto.

Pero en el fondo de su corazón el desolado pescador seguía sintiendo tan clara y limpiamente como siempre que su amada mujer estaba viva...

Decidió que quizás lo mejor era esperar pacientemente su regreso, pero pensó también que probablemente su mujer estaría perdida y no lograría encontrar la playa en la que él la esperaba, así que decidió que construiría una alta torre en la peña más alta de la costa para que su amada mujer pudiera divisar desde lo lejos, entre las olas, el lugar donde él la esperaría...



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