Sinitaivas: Historias de Otto el Piloto por jEsuSdA.
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Estaba sentado frente al ordenador,
intentando escribir algo que mereciera la pena ser contado, algo que
mereciera ser leído, una simple idea, reflejada en un
estúpido papel lleno de palabras casi sin sentido, que mereciera
vivir eternamente y no caer presa del olvido.
Y me preguntaba si, realmente, toda esta historia de mis
metafóricos viajes por esos cielos de ensueño, en busca
de respuestas a esas siempre vitales y demasiadas preguntas, me
llevaría a algún lado. Si realmente cada uno de mis
viajes, reflejo fiel de los más importantes momentos de mi vida,
merecía la pena y merecía ser contado, para permanecer
por siempre en el recuerdo y no caer en el oscuro y profundo pozo del
eterno olvido.
No es que hubiese escrito muchas cosas, ni siquiera llegué a
pensar nunca que fuese un buen escritor, ..., y en el fondo no
creía tampoco que fuese ni si quiera un escritor... Pero no
podía dejar de golpear con insistente necesidad las teclas una y
otra vez, intentando dar forma a tantas y tantas ideas que me
recorrían la mente como un dulce ventisca de verano.
Por un momento el sonido de las teclas había cesado, el cursor
parpadeaba congelado al principio de la línea del cuarto
párrafo, y parecía como si me mirara fijamente esperando
que le diera motivos para avanzar una línea más. Me
preguntaba si a alguien le importarían las historias y los
viajes de Otto, si algún inquieto corazón
entendería algo sobre aquel extraño personaje de
fábula sacado de una película de Medem en la que la
casualidad y la tragedia jugaban de la mano al mismo juego.
Luego me sobrevino un sencillo y oportuno pensamiento, y seguidamente
un cálido sentimiento de paz recorrió mi cuerpo, ...,
realmente no pensaba que nadie sintiera lo mismo que yo, no
creía que alguien pudiera entender los detalles de cada uno de
mis hipotéticos viajes ni la naturaleza del espíritu de
Otto, pero estaba convencido de que muchos otros antes que yo
habrían sufrido similares reveses en sus vidas, estaba
plenamente convencido de que, en el fondo, muchos pilotos habían
tenido que luchar contra fríos vientos en cielos solitarios,
buscando su camino y cegados, en ocasiones, por la espesa bruma. Y
entonces comprendí que aunque quizá ellos no me
entendieran completamente, y que incluso aunque yo no los entendiera
completamente a ellos, en lo más profundo de nuestros corazones,
todos éramos pasajeros del mismo viaje aunque viajásemos
en aviones diferentes...
Y sentí ganas de contarlo, de escribirlo, de guardarlo, para que
en el recuerdo y en el tiempo no se perdiera esta sencilla y gran idea,
y el oscuro y profundo pozo del eterno olvido no se cobrara, una vez
más, otra preciada víctima.