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Algo que contar


· Sinitaivas 025 - 28/09/01


Estaba sentado frente al ordenador, intentando escribir algo que mereciera la pena ser contado, algo que mereciera ser leído, una simple idea, reflejada en un estúpido papel lleno de palabras casi sin sentido, que mereciera vivir eternamente y no caer presa del olvido.
 
 Y me preguntaba si, realmente, toda esta historia de mis metafóricos viajes por esos cielos de ensueño, en busca de respuestas a esas siempre vitales y demasiadas preguntas, me llevaría a algún lado. Si realmente cada uno de mis viajes, reflejo fiel de los más importantes momentos de mi vida, merecía la pena y merecía ser contado, para permanecer por siempre en el recuerdo y no caer en el oscuro y profundo pozo del eterno olvido.

No es que hubiese escrito muchas cosas, ni siquiera llegué a pensar nunca que fuese un buen escritor, ..., y en el fondo no creía tampoco que fuese ni si quiera un escritor... Pero no podía dejar de golpear con insistente necesidad las teclas una y otra vez, intentando dar forma a tantas y tantas ideas que me recorrían la mente como un dulce ventisca de verano.

Por un momento el sonido de las teclas había cesado, el cursor parpadeaba congelado al principio de la línea del cuarto párrafo, y parecía como si me mirara fijamente esperando que le diera motivos para avanzar una línea más. Me preguntaba si a alguien le importarían las historias y los viajes de Otto, si algún inquieto corazón entendería algo sobre aquel extraño personaje de fábula sacado de una película de Medem en la que la casualidad y la tragedia jugaban de la mano al mismo juego.

Luego me sobrevino un sencillo y oportuno pensamiento, y seguidamente un cálido sentimiento de paz recorrió mi cuerpo, ..., realmente no pensaba que nadie sintiera lo mismo que yo, no creía que alguien pudiera entender los detalles de cada uno de mis hipotéticos viajes ni la naturaleza del espíritu de Otto, pero estaba convencido de que muchos otros antes que yo habrían sufrido similares reveses en sus vidas, estaba plenamente convencido de que, en el fondo, muchos pilotos habían tenido que luchar contra fríos vientos en cielos solitarios, buscando su camino y cegados, en ocasiones, por la espesa bruma. Y entonces comprendí que aunque quizá ellos no me entendieran completamente, y que incluso aunque yo no los entendiera completamente a ellos, en lo más profundo de nuestros corazones, todos éramos pasajeros del mismo viaje aunque viajásemos en aviones diferentes...

Y sentí ganas de contarlo, de escribirlo, de guardarlo, para que en el recuerdo y en el tiempo no se perdiera esta sencilla y gran idea, y el oscuro y profundo pozo del eterno olvido no se cobrara, una vez más, otra preciada víctima.



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